Anécdotas en el ejercicio profesional de un médico

Puchi Ferrer José Ángel
Asesor de la Comisión Estudios de Postgrado
Facultad de Medicina
Universidad Central de Venezuela


En 1958 ingresé al Servicio de Cirugía I del Hospital Vargas de Caracas como Médico Cirujano Asistente, el Doctor Francisco Montbrun era el Jefe de Servicio. Recibí la designación de Especialista en Cirugía General en agosto de 1959.

I.- En 1964, cumpliendo con mis actividades de atención de emergencias en el Hospital Vargas de Caracas, recibí, como Jefe del Equipo de Guardias, la información directa de uno de los residentes que una patrulla policial pasó por la puerta del Servicio de Emergencia dejando en el piso a un individuo joven. Uno de los agentes policiales se dirigió a una de las enfermeras presente expresando que dejaban a un delincuente peligroso herido y recomendaban que lo dejaran morir.
Al llegar al sitio, el paciente estaba aún en el piso quejándose de sus dolores y en malas condiciones generales; ordené al personal de guardia que colocaran al herido en una camilla y su preparación y traslado al quirófano.
El paciente presentaba heridas por arma de fuego en abdomen y hemitórax derecho; decidimos practicar tratamiento quirúrgico y aplicar medidas terapéuticas para mejorar las condiciones generales de salud. Después de varias horas de tratamiento quirúrgico se obtuvo persistencia del estado vital y se continuó la aplicación de medidas terapéuticas en el Servicio de Cuidados Intensivos y después, pasó a una sala de hospitalización donde se logró su recuperación progresivamente. Este paciente de nombre Jorge Luís, recibió la visita de un agente policial quien tomó nota de sus datos personales para su control judicial.
Después de 16 días de hospitalización, me tocó darle su egreso y las indicaciones médicas a cumplir en su casa y citas de control en el hospital hasta indicar su egreso definitivo.
Once meses después de su egreso, un día al salir del hospital me dirigía al estacionamiento, donde buscaba mi automóvil para irme a mi casa, me encuentro con un hombre joven que me apuntaba con una pistola y me ordenó “entrégueme su cartera”, ante esta amenaza sorpresiva me tocó expresar, bajo una situación de sorpresa: ¡Jorge Luis!, yo soy el médico que te operó y te salvó la vida; él me respondió: “ese es su trabajo doctor, el mío es este”. Seguí tratando de convencerlo de que se fuera sin agredirme, pero él no aceptó y continuaba con su amenaza insistente y me salvé cuando otros colegas médicos del hospital, que llegaron a buscar sus automóviles, me dieron protección y obligaron a mi agresor a retirarse. Uno de estos médicos expresó: tal vez hubiera sido preferible acatar la indicación del policía de la patrulla que recomendó dejarlo morir por su alta peligrosidad.

II.- En 1965, estando de guardia nocturna me tocó atender a una paciente de 46 años de edad con traumatismos de abdomen ocasionados en accidente automovilístico, muy adolorida, casi inconsciente, la punción abdominal dió el resultado de hemorragia interna y se decidió practicar una laparotomía.

Al participarle al esposo de la paciente esta intervención quirúrgica, éste aceptó el tratamiento con la condición de no aplicarle transfusión de sangre, por pertenecer ellos a la religión de Testigos de Jehová; le advertí a ese señor, que se le aplicaría suero fisiológico y en caso de extrema urgencia, le indicaría transfusión sanguínea; se levantó con expresión de enojo y me advirtió, que si tomaba esa decisión me daría muerte. La paciente no estaba en condiciones de decidir.
Se pasó al quirófano, se le practicó laparotomía exploradora, encontrándose los hallazgos de herida sangrante del bazo y del hígado y varias contusiones intestinales y una hemorragia abdominal de aproximadamente dos litros de sangre. Se le practicó esplenectomía y el anestesiólogo advirtió que, la paciente presentaba hipotensión arterial severa y necesitaba transfusión urgente, la cual se aplicó, solicitando de mi parte a todo el personal médico y enfermeras presentes que me guardaran el secreto de este tratamiento. Se completó el tratamiento quirúrgico y la paciente quedó en observación y recuperación en una de las camas del Servicio de Emergencia.
Al amanecer del día siguiente, la paciente en buenas condiciones generales se pasó a una de las salas de hospitalización de uno de los servicios de cirugía. Pocas horas después, el cirujano que sirvió de ayudante en la intervención quirúrgica me advierte que vió al esposo de la paciente con un arma de fuego y estaba buscándome; éste mismo colega me ayudó a salir rápidamente del hospital y pude llegar a mi casa en mi automóvil. Esta situación me obligó a solicitar a la dirección del hospital un permiso para ausentarme durante un mes, tiempo que pasé viviendo con otros familiares en Maracaibo.
A mi regreso a Caracas, recibí la información que podía reincorporarme al trabajo del Hospital Vargas, ya que el personaje amenazante había informado sobre el fallecimiento de la paciente operada, por probables sanciones familiares, ésta había egresado en buenas condiciones y francamente recuperada.
En este caso, la paciente traumatizada con heridas graves, casi inconsciente enfrentó la atención médica y hospitalaria no directamente, sino a través de su representante familiar. El personal médico actuante tuvo una participación marcadamente benévola ante una paciente en situación desmedrada por el sufrimiento e incapacidad, para expresar su preferencia en la decisión en un diálogo comunicativo, en una situación grave y de urgencia. No hubo oportunidad de percibir las ideas y decisiones de la paciente por sus convicciones religiosas a que se le permitiera morir, así el personal médico dentro del quirófano predominó la obligación de preservarle la vida a esta paciente, estimamos aplicar lo legal y lo moral.
Para esta fecha no tenía información de los principios de bioética, no pude tomar decisiones que produjeran daños a la paciente, mucho menos su muerte, por lo cual la sometí a tratamiento quirúrgico sin su aceptación voluntaria por su estado de inconsciencia y dispuse de mi libertad para admitir la proposición de la transfusión sanguínea responsablemente, aún sin contar con el consentimiento del esposo, quien se apoyaba en prejuicios de su religión y decidí actuar aplicando mis conocimientos y actitudes, aún bajo amenazas.

III.- En 1970 recibí en la Escuela de Medicina Vargas una comunicación del Doctor Abraham Horwitz, Director de la Organización Panamericana de la Salud y Organización Mundial de la Salud (OPS – OMS) en Washington, con la proposición de participar como alumno en el “Primer Taller sobre Educación en Ciencias de la Salud”, a dedicación exclusiva desde el 18 de enero al 6 de marzo de 1971.
Conseguí la aprobación del Jefe de la Cátedra de Cirugía, Dr. Carlos Hernández, del Director de la Escuela Vargas, Dr. Tibaldo Garrido y del Decano de la Facultad de Medicina, Dr. Juan Montenegro.
Se seleccionaron dos profesores de escuelas de medicina de quince países latinoamericanos, por Venezuela solamente asistí yo, pues el otro profesor seleccionado de la Escuela de Medicina de la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado de Barquisimeto, no pudo asistir por dificultades personales que tuvo de última hora. Me tocó compartir y competir con dos profesores de cada uno de los otros catorce países, situación que me hizo sentir muy motivado y muy responsabilizado conmigo mismo y con mi país. Al terminar el taller y dos días antes de la entrega de credenciales, fui llamado a la oficina del Jefe de Desarrollo de Recursos Humanos de la OPS- OMS para ofrecerme el cargo de funcionario de esta organización, lo cual no acepté aunque me ofrecieron un sueldo alto y otros beneficios muy favorables pero comprendía el compromiso de tener que trabajar y residenciarme fuera de Venezuela en actividades administrativa educacionales en materia de salud y en cierta forma abandonar el ejercicio de la medicina.
Acepté prestarles mis servicios como consultor a corto plazo en actividades docentes y de asesorías a facultades de medicina del continente americano, conocí todos los países del continente, excepto Nicaragua al cual me negué a asistir, por situaciones políticas peligrosos en ese país. Mis primeras asesorías fueron en Cuba en abril y septiembre de 1971.
En junio de 1973 fui contratado a prestar servicios de asesoría en materia de Educación Médica en la Universidad de Chile. Llegue un día domingo y me hospedé en un hotel importante situado frente a una plaza donde se ubicaba el Palacio de la Moneda y la Presidencia de la República. Empecé a notar un ambiente de repudio al presidente Salvador Allende, tanto por la prensa como en comentarios públicos.
Al día siguiente, me dirijo a la plaza a esperar un taxi que me llevara a la universidad, empecé a notar que no pasaban automóviles, al rato empezaron a transitar tanques de guerra con militares armados y se estacionaron alrededor de la plaza. Pensé que se trababa de un desfile militar para celebrar algún homenaje histórico y me quedé en la acera rodeado de los tanques. Enseguida empezaron los disparos desde estos tanques hacia el Palacio de la Moneda, por lo cual tuve que lanzarme al piso y llegue arrastrándome a la puerta del hotel, me asomé a la ventana de mi habitación y pude ver mejor el acontecimiento, pero pude observar caer heridos, un reportero y un camarógrafo de televisión. Esta situación duró más o menos dos horas, al final las Fuerzas del gobierno dominaron el intento de Golpe de Estado, el cual se conoce con el nombre de “el Tanquetazo”.
Resolví suspender mi trabajo universitario y regresé a Venezuela al día siguiente. En menos de dos meses el General Pinochet tomó el poder por la fuerza.

IV.- Mi trabajo pendiente en la Universidad de Chile quedó diferido para el mes de agosto y propuse un nuevo viaje a Santiago de Chile.
Un profesor de nuestra Facultad de Medicina me buscó en el Hospital Vargas y cuando me encontró me saludo con gestos de alegría.
Hola Puchi, ¿cómo estás?, supe que vas a viajar a Chile y quiero pedirte un favor, tengo una hija que estudia allá en la universidad y te ruego que me le hagas llegar este paquete, aquí tienes su teléfono.
En seguida acepté con gusto realizar esta misión amistosa que para mí no significaría ningún esfuerzo ni molestia.

Llegué a Santiago de Chile a un hotel distante del Palacio de la Moneda, localicé a la estudiante hija del colega y le entregue su paquete. Ella me expresó con alegría su satisfacción y en agradecimiento me invitó a una reunión familiar que se realizaría en horas de la tarde en una población en las afueras de la ciudad capital, pues unos amigos iban a celebrar el bautizo de una niña, acepté acompañarle con la condición de que me ubicara en mi hotel antes de la hora del toque de queda que empezaba a las 9:00 p.m.
Resultó una reunión agradable, familiar, pude saborear vino chileno, pisco y comida típica chilena, noté que un grupo de jóvenes se reunieron y deliberaban en secreto retirados del grupo familiar, donde participaba la hija de mi colega venezolano.
A las 8:00 de la noche se me perdió de vista la muchacha, pregunté por ella y me informaron que había salido y que volvería pronto. Pasaron treinta minutos más, no aparece mi paisana anfitriona y empiezo a preocuparme, hablé con el jefe de la casa, padre de la niña bautizada, le exprese mi preocupación y mi deseo de regresar al hotel, este señor me expresó: “no se preocupe que voy a buscarle a alguien quien le haga transporte; al rato aparece un hombre joven, fuerte que manejaba un automóvil de fabricación francesa, éste manifestó su disposición a dejarme en la puerta del hotel, pero que antes tenía que hacer algunas paradas y ciertas gestiones, salimos a las 9:00 p.m., acompañados de otros tres hombres jóvenes que llenaron la maleta del auto con varias cajas de cartón alargadas y muy bien envueltas, las cuales fueron distribuyendo en varios sitios como casas de campo, apartamentos de edificios y algunas casas, ya a la entrada de la ciudad, siempre con las instrucciones autoritarias del conductor. Son las diez de la noche, el conductor deja a sus compañeros en sitios diferentes dándoles instrucciones, se me presenta, me dice su nombre, acomoda el carro a la entrada de una avenida amplia y me explica: estamos a 20 cuadras de su hotel, voy a avanzar por esta avenida a toda velocidad, en cada esquina nos vamos a tropezar con grupos carabineros que nos pueden disparar, usted se acuesta en el piso del puesto de atrás del carro que es blindado y yo le aviso cuando debe bajarse y se va arrastrando por el piso hasta llegar a su hotel.
Efectivamente, nunca había transitado en un auto a tanta velocidad, en todas las esquinas se oyeron silbatos y órdenes de parar, en doce esquinas se oyeron y se sintieron disparos en todas las partes del carro, se rompieron algunos vidrios, hasta que recibí la orden de lanzarme hacia afuera sin detenerse el automóvil, al lanzarme fuera del automóvil recibí traumatismos fuertes al tropezar con la acera y después con la pared de un edificio. Fui detenido y atendido por agentes militares que en la esquina cumplían la misión en el toque de queda, fui sometido a fuertes interrogatorios y tuve que pedir ayuda y apoyo al Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Los militares me liberaron, cumplí todas las instrucciones y llegue a mi hotel. Pedí tres piscos en el bar y me fui a dormir, En los días siguientes fui a cumplir mis actividades de asesoramiento a profesores de medicina durante cinco días, mañana y tarde y no me atreví a hacerle ningún comentario a nadie.
Regresé a Caracas, un mes después leí en la prensa la noticia del fusilamiento del Jefe de las Guerrillas Urbanas de Santiago de Chile, su nombre era exactamente el que me había dado el señor que me hizo el favor de llevarme al hotel en horas del toque de queda. Más nunca he visto a mi paisana estudiante en la Universidad de Chile.
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V.- Para cumplir mi contrato con la OPS-OMS de asesoramiento a las escuelas de medicina de Cuba el 10 de mayo de 1971 salí de Maiquetía a Ciudad de México, único país del continente que tenía relaciones diplomáticas con Cuba para esa fecha. La OPS, me ofreció un pasaporte diplomático y un Laissez Passer para facilitar trámites de viaje a Cuba, pero a última hora no estaban listos estos documentos y tuve que viajar a Cuba con mi pasaporte venezolano.
El 14 de mayo salí del aeropuerto de la Ciudad de México hacia La Habana, antes tuve que llenar cuatro planillas con mis datos y dejarme fotografiar en el aeropuerto de México, uno de los pasajeros me advirtió que quedamos fichados por agentes policiales de Estados Unidos.
Este mismo día llego a Cuba y me hospedo en el Hotel “Empresa INIT Habana”. Desde el 17 al 21 de mayo dicté mi Seminario en Educación para Ciencias de la Salud, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, a 45 profesores de seis escuelas de pregrado.
Recibí buenas atenciones y felicitaciones de los profesores y autoridades de las escuelas de medicina por los aportes novedosos en educación médica obtenidos.
Preparé mi regreso a México el 24 mayo; fui a solicitar mis pasajes de regreso a las oficinas de la OPS en La Habana y recibí la noticia sorpresiva de que México no me daba visa de entrada hasta no tener noticias que yo podría entrar a Venezuela; tuve que quedarme una semana más en La Habana hasta que la OPS realizará todas las tramitaciones para regresar. Acepté la convicción de ser un “ciudadano contaminado por la revolución cubana” y me quedé realizando actividades turísticas.
México aceptó recibirme a partir del 30 de mayo sólo por 48 horas. El 31 de mayo, en México compré pasaje en VIASA con salida a Maiquetía a las 10 p.m.; ocupando mi asiento en el avión durante una hora recibí la noticia por el parlante: “suspendido el vuelo por amotinamiento del personal” Al día siguiente compré pasaje México-Miami-Maiquetía. Al llegar al aeropuerto de Miami, observan en mi pasaporte la estadía en Cuba y me ubicaron en un calabozo durante 4 horas, me permitieron llamar por teléfono a la OPS en Washington, me liberaron y pude regresar a Maiquetía el 2 de junio.
A solicitud del Ministerio de Salud Pública de Cuba y cumpliendo contrato con la OPS/OMS, volví a La Habana a dictar el Seminario sobre “Definición de Objetivos Educacionales de Postgrado, desde el 21 al 28 de septiembre de 1971, misión cumplida a satisfacción de los profesores cubanos y esta vez sin complicaciones por haber viajado con pasaporte diplomático.
En meses finales de 1971, a solicitud del Colegio de Médicos del Distrito Federal dicté en su auditorio una conferencia sobre mis actividades cumplidas en Cuba, la cual también pude exponer en la Escuela de Medicina Luís Razetti y en la Escuela Vargas y después en el Centro Médico de Caracas. En todas estas exposiciones recibí muchas felicitaciones de médicos, profesores y alumnos de medicina. Me sorprendí mucho de las preguntas y observaciones negativas que me hicieron médicos cubanos residenciados en Venezuela.
A partir de octubre de 1971 empecé a notar, que cada mañana que yo salía en mi automóvil desde mi casa al Hospital Vargas a cumplir con mis actividades asistenciales y docentes, me seguía un hombre montado en una motocicleta, al principio no me preocupaba. Una tarde, al llegar a cumplir mi trabajo de ejercicio médico privado en una clínica ubicada en la Parroquia La Candelaria, oí por un parlante interno el aviso: “si hay un cirujano presente en esta clínica le pedimos que se dirija urgente al quirófano para atender una situación de emergencia. Me dirigí al quirófano donde vi a un traumatólogo cubano en una intervención quirúrgica y me pidió el favor de entrar a completar el tratamiento de una paciente a quien le había realizado una laparotomía para tratar un quiste de ovario, pero había encontrado ovarios normales y otras tumoraciones que no podía resolver. Entré al quirófano y tuve que practicar a la paciente una colectomía total por presentar un carcinoma de colón. Después de dos horas que duró la intervención quirúrgica, la paciente quedó en buenas condiciones y el médico cubano me invitó a almorzar al día siguiente en un restaurante de San Bernardino, asistí al encuentro a un salón privado, donde disfruté un agradable almuerzo y expresiones de agradecimiento por el favor profesional prestado, pues se trataba de una paciente que era hermana del Director del Instituto Nacional de Deportes de esa época. Después de las expresiones de agradecimiento, vino otra etapa de trato serio, el colega cubano me enseño tres carpetas con papeles archivados, una era mi currículum vitae, otra tenía los detalles de todas mis actividades realizadas en Cuba y otra contenía observaciones de mis conferencias dictadas en Caracas sobre mi trabajo asesor a profesores de Cuba; me expreso luego, “ yo tengo todos estos documentos porque soy miembro de la Directiva de la Asociación Antirrevolucionaria Cubana, y porque usted fue a realizar beneficios al gobierno de Fidel Castro, ha sido sentenciado a muerte por nuestra organización, pero por este gran favor que usted me ha hecho, voy a pedir la anulación de esta sentencia, siempre que usted cumpla con las siguientes condiciones: a) no volver más nunca a Cuba y eliminar todo tipo de comunicación con todo el personal universitario de la isla; b) no dictar mas conferencias, ni emitir comentarios en Venezuela sobre estos temas: c) no figurar como cirujano, ni cobrar honorarios por esta intervención quirúrgica; d) nuestra organización lo seguirá vigilando.
Le manifesté mi aceptación de este convenio en todas sus partes. No hice comentarios con nadie, ni con mis familiares sobre este pacto secreto hasta hoy.
En julio de 1985, siendo Coordinador General de la Coordinación Central de Estudios de Postgrado de la Universidad Central de Venezuela, recibí la información de la muerte repentina del médico cubano, mi protector, ese mismo día me dirigía al Hospital Vargas a cumplir algunas actividades y noté que me seguían dos motorizados; al llegar al Hospital pedí ayuda al cardiólogo de servicio en emergencia por sensación de malestar general y dolor precordial, me dejaron hospitalizado en el Servicio de Cuidados Intensivos con el diagnóstico de Infarto cardiaco e hipertensión arterial durante ocho días y después estuve en reposo físico en mi casa durante un mes, después no he percibido más persecuciones ni amenazas.
En mi asesoramiento en educación médica 23 Facultades de Medicina de América Latina y en 8 escuelas de medicina de Venezuela, insistí en proporcionarles la recomendación que los médicos formados en cada país deberían tener el mismo perfil académico, para lo cual todas las escuelas de medicina deberían tener el mismo plan de estudios. Esta recomendación solamente fue acatada por Cuba.

Conclusiones

Hasta este momento de mi vida siento tener un balance positivo de mi ejercicio como Médico Especialista en Cirugía General, como Licenciado en Educación, especialista en Educación Médica y como Doctor en Ciencias Médicas. Siento gran satisfacción del ejercicio médico en la atención a pacientes y personas sanas; clasifico muy satisfactorias mis relaciones personales con compañeros profesionales del equipo de salud, con profesores universitarios, con mis familiares y amigos en todo el continente americano.

Así mismo reconozco, al hacer evaluaciones de situaciones problemáticas críticas de la vida profesional, casi todas sorprendentes e inesperadas, que me han resultado positivas, mi suerte, mis reflexiones positivas y la existencia de condiciones ambientales e institucionales favorecedoras a las cuales reconozco su valoración. Muchas experiencias del ejercicio médico en la atención de pacientes, en actividades docentes y en trato personal con seres humanos sanos, enfermos y compañeros profesionales del equipo de salud.
Nos elevan a consideraciones, evaluaciones de actividades profesionales, análisis de las actitudes personales, en situaciones problemáticas de la vida profesional que pudieran llevarnos a obtener conclusiones y reflexiones de las experiencias vividas en situaciones críticas, sorprendentes e inesperadas para obtener interpretaciones, valorizaciones y conclusiones.