El don del conocimiento médico no bien aplicado al enfermo o no bien aplicado al ser humano, auto limita la grandeza per se del acto médico pues trabaja en base a resultados, a la autocomplacencia egoísta de lo obtenido. La reverencia en el acto médico debe entender la individualidad del paciente y por lo tanto, no se trata de imponer nada sino de sugerir y respetar profundamente la selección del paciente, sus derechos, su dignidad.
El médico en su apostolado debe buscar escuchar antes de hacerse oír, sabe acoger con calidez sin imponerse, no se apega a ningún esquema, la reverencia, entendida como respeto, aparece como actitud fundamental y necesaria para nuestra labor integral.
La relación médico-paciente no es fácil, se exige que el profesional actúe según las necesidades de cada paciente pero a la vez, se le exige una máxima eficiencia técnica, un rendimiento laboral impoluto y oportuno en una lucha desigual contra el tiempo. Se nos insta a tener motivaciones elevadas y humanitarias cuando el curriculum de nuestras facultades y a evaluación de nuestro desempeño sólo está basado en los hechos positivos y cuantificables. Se confronta el resultado numérico con el mundo de las personas, se olvida la reverencia del apostolado médico y su eferente final, es decir, el paciente, el ser humano…
¿Se trata simplemente de tener un trato más afable?, ¿es sólo una cuestión de “buenas maneras”?, ¿de “etiqueta médica”? o yendo un poco más allá ¿es sólo manifestar empatía con un ser que sufre?... ¿es sólo tener buen corazón? ¿O acaso en el acto médico no debe incluirse la solidaridad con el semejante?, el intentar comprender su dolor y su decisión frente a su enfermedad… es hacer del acto médico un acto adecuado e individualizado al hombre particular que tratamos.
La actuación del médico ha evolucionado indisolublemente con la evolución del hombre, así vemos como en el pasado, el cuerpo fue visto como la cárcel del alma (Platón), luego se consideró la materia para que se instalara el alma (Aristóteles), luego el Cristianismo lo interpreta como el templo del Espíritu Santo hasta Descartes que lo vio como una máquina susceptible a ser armada y desarmada. Bajo estas luces, hemos dado pasos agigantados en la fisiología humana pero hemos cometido grandes errores al tratar de separar la psiquis del individuo frente a lo que padece. Sin ánimos de parecer simplista, la modernidad ha aislado el componente social, olvidando que el cuerpo es la interfase de los “mil senderos”.
Para resolver de si somos cuerpo o si sólo tenemos cuerpo, ha surgido el concepto de “persona”, donde además del “cuerpo” cada persona crea y conduce un universo interior tan suyo que difiere y es tan diverso que aunque reaccione diferente, cada decisión tiene el mismo valor y debe recibir el mismo respeto, es el empoderamiento del ser que produce el merecer.
Aceptar el carácter individual, le da el derecho a tomar sus propias decisiones y allí se incluye el ámbito de la salud personal y ésta se plasma en actos libres como la libre escogencia de su propio médico entre muchos posibles, como médicos hemos de entender que se hace indispensable ver al paciente como un ser unitario donde somos sus aliados en un momento de desequilibrio en su salud, el paciente nos dirige una mirada peticionaria pues busca ayuda y espera del médico no sólo disminución del sufrimiento sino una mirada de regazo, que acoge. Son dos actitudes complementarias que entrelazan la objetividad y la cercanía, de profundas y obvias consecuencias en nuestra práctica diaria.
Para bien o para mal esta relación tan vertical ha ido variando. En la actualidad podemos apreciar que son muchos los factores que han cambiado, cambian y que, probablemente, lo seguirán haciendo, atentando contra una buena comunicación médico-paciente. En la actualidad se encuentra seriamente cuestionado el concepto de “beneficencia”, tan propia del juramento hipocrático. El médico ya no sería un “benefactor”, sino un “prestador” de servicios de salud apoyado en los recursos tecnológicos. El paciente ha ido adquiriendo progresivamente una mayor autonomía, siendo él quien decide lo que quiere, y si acepta o no el tratamiento propuesto por el médico.
La relación médico paciente sigue siendo por encima de la tecnología de punta tan importante para la práctica médica como imprescindible en la formación integral del médico y es doloroso ver como ésta se ha deteriorado, tanto por la utilización hipertrófica de las medidas técnicas, como por la masificación asociada con las tendencias socializadoras y preventivas que la ciencia médica ha experimentado en los últimos años.
La significancia de la relación entre el médico y el paciente ha de estar fuertemente asentada ya que el diagnóstico y el tratamiento dependen directamente de ello y el fallo del médico en establecer esta relación conlleva una pérdida de efectividad en el resultado médico que se pretenda o pueda obtenerse. Esta relación debe estar fundamentalmente basada en el respeto y la confianza mutua, por parte del médico para que logre obtener la mayor cantidad de respuestas a sus interrogantes que lo aproximen a un diagnóstico certero y por parte del paciente, para que tenga adhesión al tratamiento impartido y se sienta acompañado en su “drama moral”, lo que verdaderamente lo aqueja no sólo desde el punto de vista físico sino emocional, es allí donde la autoridad moral del médico constituye la clave del éxito terapéutico. La técnica o su conocimiento médico sólo nunca podrá penetrar hasta la profunda raíz de ese misterioso ser llamado hombre que tiene grandes necesidades que ni la ciencia ni la técnica pueden satisfacer.
Esta forma de asistencia tiene especificidad la cual viene dada tanto por las características del “objeto” a reparar, que es el sujeto, un ser humano, como por algunas de las características de la técnica de reparación en la que participa como instrumento la misma personalidad de otro ser humano. En ambos casos, lo que hay que arreglar y el que arregla son personas humanas y la relación interhumana forma parte inseparable de la misma técnica.
Como toda relación interpersonal de ayuda, tiene características motivacionales y actitudinales de dependencia y necesidad de altruismo y ayuda desinteresada, de confianza, análoga a la de otras relaciones naturales de asistencia, desiguales y asimétricas: padres-hijos, maestros-alumnos, etc., por ello tiende a configurarse según dichos modelos relacionales y una vez establecida, logra que el tratamiento se cumpla y funcione.
La relación médico-paciente bien entendida es el sustrato en la práctica médica, sin embargo, los cambios históricos han determinado que fuerzas sociales, económicas, políticas tecnológicas o culturales hayan distorsionado la santidad del acto médico…el paciente ahora es el cliente y el médico es someramente el prestador del servicio, de allí que hayan surgido intermediaciones generadoras de tensión que son fuente de exclusión y que limitan la relación considerándose iatrogénicas en sí mismas, es decir, algunas de estas condiciones enferman adicionalmente, no sólo al paciente sino al entorno laboral hospitalario.
¿Qué ha variado en la medicina actual para explicar el cambio de una medicina en que predominaba el concepto de beneficencia a otra en la que prevalece cada vez más el concepto de autonomía del paciente? Son muchos los factores, entre los que se podría nombrar el mayor acceso de la población a la cultura; incremento de la información médica disponible vía INTERNET u otras; mayor conciencia de los pacientes de sus derechos; cambio en la organización de salud, donde gradualmente se ve al médico como un mero prestador de servicios, y al paciente como un cliente. Considero que esta concepción economicista de la medicina es la que, con mayor fuerza, ha originado un quiebre en la relación médico paciente al menos en lo que se refiere a la visión hipocrática de ella. No es que los conceptos de la economía moderna no deban influir en la administración de salud, muy por el contrario, pero como todo concepto llevado a la práctica en forma excluyente, termina por distorsionar la conducta humana. En la actualidad existen algunas tendencias que exageran los conceptos de autonomía y de economía aplicados a la medicina. Por estos caminos extremos se ha desarrollado la escuela de la “medicina del deseo”, lo que ha llevado a una distorsión valórica de lo que es ser médico.
Se hace indispensable el retornar a los conceptos de humanización de la medicina con valores más trascendentales como:
- Libertad de elección (autonomía)
- Competencia profesional (idoneidad)
- Buena comunicación (diálogo)
- Compasión (empatía)
- Estabilidad de la relación (continuidad)
- Ausencia de conflictos de intereses (especialmente económicos)
Se sabe que cada relación de un profesional de la salud con su paciente es única e irrepetible y cuenta con un diálogo pedagógico que permite una relación humana respetuosa y trascendente que sirve al desarrollo y la transformación armoniosa de nuestra sociedad.